
Por Walter Curia (*)
En abril de 1993, el entonces presidente Carlos Menem visitó Neuquén para la inauguración de la Planta Industrial de Agua Pesada de Arroyito, un insumo esencial para refrigerar reactores nucleares, propiedad de la Comisión Nacional de Energía Atómica (la CNEA hoy busca reactivarla). Menem se hizo un espacio para visitar la redacción del recién inaugurado diario La Mañana del Sur, que pertenecía a Ámbito Financiero.
Lo contó en una oportunidad el periodista Ignacio Zuleta, que estuvo presente. Al paso del auto presidencial rumbo al diario, una mujer insultó a Menem y le hizo un corte de manga. La mujer fue detenida y se le inició una causa por desacato. Una vez enterado, Menem pidió que la mujer fuera liberada y desde allí mismo encargó acelerar la sanción en el Senado de un proyecto de ley para eliminar esa figura penal.
En efecto, la ley 24.198 derogó en mayo de ese mismo año el artículo 244 del Código Penal que castigaba “a quienes ofendieran, injuriaran o amenazaran a funcionarios públicos en razón de sus funciones”. Seis años antes, en 1987, un dirigente gremial de Cutral Có, Sergio Valenzuela, había ido a parar diez días a la cárcel por interrumpir un discurso del presidente Raúl Alfonsín en Chos Malal, también en Neuquén, con un “¡Tenemos hambre!” que dio lugar al recordado “¡A vos no te va tan mal, gordito!” de Alfonsín. Jorge Guinzburg reunió en la televisión a Valenzuela y Alfonsín años más tarde, donde se disculparon mutuamente. “Me salí de tono…”, confesó el expresidente.
Volviendo a Menem: era, en algún sentido, un utilitarista. La eliminación del delito de desacato estaba en camino en el Congreso después de que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) instara al gobierno a derogarlo: un ministro de la Corte Suprema de entonces, Augusto Belluscio, había iniciado un juicio por desacato contra el periodista Horacio Verbitsky, quien lo había llamado “asqueroso”. El resultado de esa decisión, desde luego, fue capitalizado por Menem.
Más cerca en el tiempo, en noviembre de 2009, durante el primer gobierno de Cristina Kirchner, el Senado convirtió en ley la derogación de las penas de prisión para los delitos de calumnias e injurias. Si bien adecuó la legislación a un viejo reclamo de la CIDH contra la Argentina, la ley 26.551 ajustó ambas figuras penales a la doctrina de la “real malicia”, es decir, cuando hay conciencia de la falsedad, y reemplazó la pena de prisión por una multa. “En ningún caso configurarán delito de calumnia las expresiones referidas a asuntos de interés público”, sostiene la norma.
“El delito de injurias está ‘despenalizado’ si se trata de cuestiones de interés público. Y todo lo relativo a un presidente lo es”, confirma a Perfil el abogado y excamarista Ricardo Gil Lavedra. Andrés Gil Domíguez, abogado constitucionalista, agrega un matiz: el delito de injurias se eliminó “si se trata de un tema de interés o relevancia pública, el estándar de la CIDH. Hay que ver si lo dicho es injuriante y si reviste o no interés público”.
Patrocinado por su abogado Francisco Oneto, que lo representó en la causa que investiga la promoción de la criptomoneda $Libra, el presidente Javier Milei presentó una denuncia contra la periodista y propietaria de la radio Futurock Julia Mengolini, por una serie de declaraciones suyas en medios y redes sociales, algunas de hace ya tiempo, acerca de la relación del Presidente con su hermana y secretaria general de la Presidencia, Karina Milei, y su mastines ingleses, no importa el número que sean.
La defensa de Milei busca encuadrar las afirmaciones de Mengolini en el principio de real malicia, es decir, demostrar que la periodista tuvo conciencia de la falsedad de sus afirmaciones. Entre las que recoge la denuncia, aparece una más reciente: “Más allá de las ideas políticas, es un señor que vive con ocho perros y está enamorado de su hermana (...) No hice un juicio de valor, hice una descripción. (...) En todo tiempo, cultura y lugar, en la historia de la humanidad, hay una sola cosa que permanece como un tabú: el tabú del incesto”.
Mengolini fue recientemente objeto de una campaña de hostigamiento en la redes, en la que la acusan de tener una relación incestuosa con su hermano. “Un vuelto” por sus comentarios sobre el Presidente, mencionan algunos de esos comentarios. Ahorrémonos los detalles. Decenas de esos mensajes fueron reposteados por Milei.
Es tarea del doctor Sebastián Casanello, a cargo del Juzgado Federal Nº 7, determinar cuál fue el temperamento de Mengolini cuando describió las relaciones de Milei con su hermana funcionaria, estrechas, como se sabe, y sus perros, curiosas, por decir lo menos. Aunque es improbable, en el peor de los casos Mengolini deberá pagar un dinero y Milei lo donará a alguna institución protectora de animales, como acaba de hacer. Sin embargo, podría inferirse que el mayor castigo a Mengolini ya fue hecho y tuvo efecto: en un audio privado que una colega hizo público, la periodista rompió en llanto y reconoció: “No puedo más”.
En El arte de insultar, una recopilación de frases muchas de ellas no publicadas en vida, Arthur Schopenhauer sostiene que cuando fracasa la argumentación, el último recurso es el insulto, que define como “una calumnia sumaria”. Suele resultar invencible. “La grosería es una propiedad que en lo tocante al honor sustituye y supera a cualquier otra. Si por ejemplo alguien demuestra en una discusión, o en una simple conversación, disponer de un conocimiento más riguroso de un asunto, de un juicio más ponderado que nosotros, o de cualquier ventaja espiritual que nos haga sombra; entonces podemos neutralizar esta y toda otra superioridad, así como la carencia en nosotros que ella haya puesto de manifiesto simplemente siendo groseros”, dice el filósofo de Gdansk. Una persona que no es recordada por ser adorable.
Muy lejos de figuras como las de Menem, que dice respetar, o que aborrece, como las de Alfonsín o Cristina Kirchner, no deja de sorprender que Milei se considere agraviado por comentarios de la naturaleza de los que hizo Julia Mengolini cuando el Presidente entrega a diario una lluvia de humillaciones, denigraciones e insultos a periodistas, economistas, científicos, dirigentes de la oposición, personas discapacitadas y público en general que se atreven a cuestionar su gestión.
Milei practica una ética de la injuria y la alienta desde lo más alto del poder. En el anonimato de las redes o a plena luz, multitudes celebran su violencia verbal, su vulgaridad, su maldad. Y el inocultable regocijo que le provocan.
Este comportamiento refleja un rasgo de época que el Presidente ha sabido capturar: Milei cabalga sonriente sobre la muerte del humanismo. Si la consagración de un hombre como Milei es producto de una sociedad que sufrió una transformación profunda que en su momento apenas advertimos, ¿cuánto y de qué modo está transformando Milei a la sociedad?
(*) Columnista de Perfil.com