
Por Javier Calvo (*)
Primeros apuntes urgentes sobre un hecho histórico: por primera vez en la historia argentina, alguien que ocupó la Presidencia por el voto popular deberá cumplir condena definitiva con detención y no podrá volver a ocupar un cargo público. En las últimas semanas fueron quedando escasas dudas en torno a la decisión que finalmente tomaron los tres jueces que tiene hoy la Corte Suprema sobre Cristina Fernández de Kirchner. Ratificaron de manera unánime las sentencias condenatorias por corrupción en la obra pública de un tribunal federal oral y de la Cámara de Casación.
Para el kirchnerismo y la propia Cristina, el fallo convalida la persecución en su contra, el lawfare, la proscripción electoral. La gloria de la victimización.
En el antikirchnerismo y otros sectores de la ciudadanía hay una mirada de que por fin se hizo justicia. Que, pese a todas las dificultades, hay estado de derecho. ¿Selectivo?
Difícil introducir en sendos núcleos duros y minoritarios miradas que puedan permear lógicas que parecen blindadas.
Por eso, en estas horas, asistimos a la escenificación de esas posturas. Grupos del peronismo, La Cámpora, gremios combativos, salen a la calle en apoyo de la jefa. Pocos pero ruidosos. Y con cierto poder de daño: los súbitos cortes de las autopistas urbanas resultaron un extracto de ese peso.
Es probable que se sucedan nuevas manifestaciones callejeras y algunos sindicatos convoquen a paros. ¿Cuánto puede durar semejante efervescencia? ¿Qué nivel de respaldo social tendría, en medio de una ciudadanía harta de las peleas políticas y desinteresada en participar?
El peronismo en su conjunto se pega probablemente en este momento a Cristina Kirchner más por conveniencia que por convencimiento. Salvo el rebelde Axel Kicillof, al que hubieran crucificado si se hubiera mantenido prescindente, ningún otro gobernador del PJ vino a Buenos Aires a abrazar a la expresidenta y titular del partido. Solidaridad por redes sociales, como mucho. Algunos ni eso.
En todo caso, esa distancia obedece a la crisis que se venía desarrollando en la dirigencia peronista desde hace tiempo. En especial, desde la traumática gestión de Alberto Fernández impulsada por Cristina. ¿En qué dimensión la novedad de la prisión (domiciliaria) podrá cambiar ese rumbo? Habrá que esperar un poco a que baje la espuma.
Acaso Cristina sea consciente de eso. El martes mismo del fallo de la Corte, cuando salió de la sede del PJ de la porteña calle Matheu, “improvisó” un discurso ante un par de centenares de acólitos apenas escoltada por dos Kirchner: su hijo Máximo y su cuñada Alicia. ¿Vuelta a los orígenes o empoderamiento familiar?
Kicillof debería tomar nota de este detalle, habida cuenta de que tal vez sea más complejo para él negociar con Máximo que con su madre. Al menos era lo que dejaban trascender algunos intendentes cercanos al gobernador, con altos niveles de anticamporismo en sangre. La condena a Cristina, ¿empeora o suaviza esa tensión?
En el Gobierno hay lecturas contrapuestas de las novedades. Por un lado, busca que la condena a CFK muestre que no tiene injerencia en la justicia ni que hubo acuerdos con el kirchnerismo. Para hacer caer Ficha Limpia, por ejemplo, como dejó entrever Mauricio Macri.
Pero al mismo tiempo, que Cristina quede fuera de la competencia electoral complica los planes libertarios de polarización. ¿Podría brotar contra Javier Milei un voto bonaerense peronista de revancha ante la caída de CFK? Suena improbable, nada es imposible.
Una pregunta final dicotómica. ¿La decisión de la Corte Suprema instará a la política a mejorar sus prácticas de gestión o terminará de convencer a la dirigencia que tiene que acordar para armar tribunales adictos que consagren la impunidad? Convendría evitar tentarse con espejitos de colores.
(*) Periodista, publicado en Perfil