
El periodismo en todas sus facetas es siempre político, pero no debe ser partidario. Si por tu opinión te cuestionan, estamos hablando de fascismo y de la violación del derecho de expresión. La libertad de prensa tiene que respetarse a rajatabla porque es la piedra angular del sistema republicano.
En el mundo de la política no hay grandeza para dar un paso al costado y ceder el lugar a otros más capaces y quizás honestos para cambiar positivamente el curso de nuestra historia, de lo que llamo nuestra democracia definitiva aunque muestre determinadas fragilidades institucionales. Los ejemplos están a la vista.
Si seguimos así, estamos cada vez más lejos de un sistema parlamentario, de una democracia directa y de lograr ejercer un mayor control desde el pueblo a sus representantes, a través de lo que se da en llamar “democracia participativa. Hoy estamos empantanados.
Esta democracia ha sido demasiado débil y los argentinos nos volvimos como ciudadanos por demás tibios e irresolutos. También es cierto que nos mintieron o nos dejamos mentir; que formamos parte de la confusión y del entretenimiento; que muchos miraron para el costado mientras les iba más que bien; cualquiera dice cualquier cosa y le creemos o necesitamos creer”.
Hoy seguimos siendo tibios, pero –además- nos hemos degradado educativa y culturalmente, con un alarmante crecimiento del consumo y negocio de la droga. Tenemos la certeza que los “esfuerzos” que se realizan para cambiar y salir de este atolladero, suenan estériles.
También que gran parte de los grandes y no tan grandes medios de comunicación, con la frágil excusa de competir por el primer lugar en las mediciones del rating o el share, dramatizan, teatralizan y banalizan de igual manera, la información real como la opinión correcta, degradando el oficio y la profesión.
Los que me conocen saben que a lo largo de mi vida luché con la pluma y la palabra, y esporádicamente desde la función pública contra la discriminación, el racismo, la desigualdad, la injusticia, la corrupción, la exclusión social, la desocupación, la demagogia y el populismo.
Soy contrario a la violencia en todas sus formas y a la mentira a sabiendas. He defendido siempre los valores de la libertad, la ética, la memoria y el bien común”.
Más allá que estudien periodismo deportivo, son periodistas. Por lo tanto tienen la obligación moral y material de conocer y saber los aspectos salientes de nuestra Historia, Memoria, Política y Sociedad.
Debo reconocer desde mi modesto punto de vista como ciudadano, que casi siempre a lo largo de la historia, los grupos sociales han ejercido y ejercen una presión sobre sus miembros para imponer creencias, valores e ideas. Esta presión en algunas sociedades, se muestra de diversas formas como pueden ser rituales colectivos, arte, culto, confesión social o penitencias públicas, por dar algunos ejemplos.
También considero que desde que tengo uso de razón, hemos vivido de alguna manera en la Argentina, diferentes tipos de adoctrinamientos históricos/ideológicos en nuestra sociedad: 1º a partir de la segunda mitad del siglo XX en la escuela primaria y secundaria, época en que no existía la comunicación virtual y 2º a partir de la década del 80 cuando una serie de transformaciones tecnológicas comenzó a cambiar la vida de los argentinos.
En mi caso, recuerdo que éramos unos cuantos en la década del 60, los que dejamos de creer muchas cosas de la “historia oficial” de Astolfi e Ibáñez que se nos enseñaba en el colegio, pero aquellos debates de entonces, no parecen para nada, a la distancia, tan exacerbados como los que vivimos hoy en día.
En esto, tiene mucho que ver el crecimiento tecnológico de los medios de comunicación como la Televisión, la Internet, el Celular, etcétera, que nos lleva a la “instantaneidad”. El mundo está globalizado de una manera tal que en segundos conocemos o mal conocemos, lo que está pasando a miles de kilómetros. Bien usados o mal usados por los gobiernos, son un vehículo extremadamente poderoso para que la historia como tal se constituya en un arma de combate político-ideológico.
Asimismo, considero que los políticos en general, los funcionarios, los poderosos, ya sean empresarios o sindicalistas y las distintas corporaciones plantean con mayor o menor fuerza la historia de buenos y malos, amigos y enemigos.
Lo que sucede es que esta dicotomía se visualiza mucho más en estos últimos diez años y por supuesto que tiene responsables de –al menos- intentar manipularnos a su arbitrio y hacernos pelear con el otro.
Se trata de un peligroso “entretenimiento” que no debemos aceptar, pero para ello deberíamos tener todos, dos dedos de frente y mucha fortaleza intelectual.
Hasta hoy la historia no tiene un componente conciliador político-social, sigue siendo una herramienta que nos enfrenta y esto lo digo con mucho dolor.
Podríamos decir también que la libertad de imprenta permite en honor a ella que se publiquen numerosos trabajos fallidos que no tienen argumentos serios, muchos de los cuales sólo buscan una celebridad efímera, que no logran; y otros, confundir a los lectores desprevenidos.
Sería inmensamente más grave y peligroso, si el poder de turno ejerciera lo que llamo “territorio liberado de la información” y lo hiciera con fines políticos, electoralistas o de perpetuarse en el tiempo, ejerciendo la reescritura de la historia con un tinte arbitrariamente sesgado.
La Historia sobrevuela todo el tiempo sobre nosotros, desde académicos, catedráticos, investigadores, estudiosos hasta autodidactas, pero muchas veces –lamentablemente- se impone la ley del mercado, por la cual no se necesita ser un gran escritor o historiador sino un famoso periodista o político o artista. Aunque luego la vida, más tarde que temprano se encarga de poner a cada uno en su lugar y que son los lectores, en definitiva, quienes eligen que van a leer o no.
El conflicto con el pasado se mantiene vivo –por caso- en los ámbitos universitarios, culturales, en la militancia social, en los sectores más progresistas, en los derechos humanos, en las madres del dolor y por supuesto que en el campo político partidario. Lo que ocurre es que todos ellos no son el conjunto del país, aunque infinidad de veces, alternadamente o no, representan a nuestra sociedad.
Los medios de comunicación no contribuyen a reconciliarnos con el pasado y tampoco con el presente: los más grandes responden desde hace algunas décadas a poderosos intereses económicos y los más chicos que son una multitud, al gobierno de turno.
Si para los multimedios reconciliarnos es un buen espectáculo mediático para el “rating”, apoyarían cicatrizar las heridas, caso contrario trabajarían para mantener las heridas abiertas sin temblarles el pulso.
Los medios pequeños seguirán de algún modo u otro, las sugerencias gubernamentales. Son muy pocas las excepciones que se atreven a tener opinión crítica propia en los grandes temas nacionales y regionales.
Reconciliarnos es respetar a cada uno de nuestros semejantes, aceptar que la historia es el relato de los sucesos y que no todos lo interpretamos o visualizamos de la misma manera.
Reconciliarnos es también que en un pie de igualdad cumplamos con la Constitución y las Leyes.
Reconciliarnos es encontrar una medida justa en las interpretaciones del pasado y de la historia reciente que repercuten en el hoy y en el futuro.
Vivir divididos nos hace mucho daño, pero amigarnos no significa amontonarnos. Por eso es una regla de oro de la convivencia poder disentir, poder debatir y después ir a tomar un café. Debemos terminar con la descalificación del otro. En la diversidad está la riqueza espiritual e intelectual de los pueblos.
*Texto del periodista Roberto Trevesse en la apertura del panel debate que integró junto a los colegas Sandra Miguez y Julián Stopello, dirigido a estudiantes de periodismo deportivo del Instituto Superior de Periodismo Deportivo “Justo José de Urquiza” de Paraná.