
Ará Yeví inauguró la cuarta noche en el Corsódromo de Gualeguaychú. Y el Carnaval del País fue presenciado por casi 20 mil personas, de acuerdo al área de Prensa del espectáculo.
Por Nahuel Maciel
(Desde Gualeguaychú)
Las noches del Carnaval del País 2025 son, en su totalidad, una plegaria a la memoria, un tributo que se eleva como el eco de una tradición que, como las aguas del río, no se detiene. Este año, la edición está marcada por el nombre de “Ana María Gelós de Peverelli”: un claro reconocimiento para una personalidad cuya dedicación y pasión por el carnaval marcaron un antes y un después en la historia de este espectáculo.
Ana María, esposa de Antonio “Pirincho” Peverelli e hija de don Ruperto Gelós, pertenecía a una familia profundamente vinculada al Club de Pescadores y a la comparsa O’Bahía. Desde su hogar, convertido en un taller de costuras y sueños, creó un espacio donde generaciones aprendieron el arte de este espectáculo impar. Su labor incansable no solo vigorizó a O’Bahía, sino que dejó una huella imborrable en el corazón del Carnaval del País, consolidándose como un ícono de esta manifestación cultural.
No solo fortaleció a O’Bahía, sino que -a través de su dedicación infinita-, ella misma se convirtió en la personificación de la fiesta, un símbolo que desafía a todo olvido y sigue presente en cada resplandor de lentejuelas, en cada son de tambor.
Previo al inicio del desfile se rindió también un tributo a Rubén “Ojito” Giménez, quien falleció el 24 de diciembre del año pasado. Anoche se lo recordó con los “Filhos do Samba”, que fueron recibidos con aplausos a lo largo de la pasarela.
La presencia simbólica de “Ana María” como la de “Ojito” Giménez recuerdan a todos que este carnaval es mucho más que una fiesta: es un legado que trasciende generaciones y fronteras y a quienes -como ella y como él-, dan forma a lo invisible.
Inicio de la fiesta
A las 21:54, el Corsódromo “José Luis Gestro” se silenció casi de manera reverencial para escuchar la voz de Silvio Solari con los anuncios oficiales. No es solo la voz del Corsódromo, es una parte esencial del ritual de inicio del espectáculo. Con un tono que combina emoción desbordante, fuerza escénica y una cadencia inconfundible, Silvio Solari transforma cada palabra y cada nombre de las comparsas en un eco del carnaval. Su voz, como un sello distintivo y único, resuena entre las tribunas y acompaña el desfile de las comparsas con la pasión de quien lleva la fiesta en el alma. Es una marca clara que, al escucharse, anuncia no solo el inicio del espectáculo, sino el latido colectivo de una ciudad vibrando al ritmo de la alegría.
Cuando la primera comparsa se anunció en el Corsódromo, los poco más de 20 mil espectadores se unieron en un murmullo que creció desde las tribunas, como si el aire mismo se cargara de electricidad. Las luces comenzaron a danzar al ritmo de la música que fue invadiendo el espacio, y un resplandor de lentejuelas se asomó en la pasarela. En ese instante, el público -hasta entonces expectante- se transformó. Las primeras filas estallaron en aplausos, mientras las sonrisas se multiplicaron como un reflejo del brillo en los trajes. Cada movimiento de los bailarines fue recibido con gritos de admiración y la vibrante energía de la multitud se convirtió en una ola que recorrió cada rincón de las gradas.
La pasarela, antes muda, cobró vida. Los pasos de los bailarines, con su coreografía impecable, parecieron tejer una magia que envolvió a los espectadores. Los tambores latieron como un corazón compartido entre la ciudad y sus habitantes, un latido colectivo que impulsa a todos a unirse en una celebración sin fronteras. Los ojos brillan con emoción, y el aire se llena de aplausos que se funden con las melodías que surgen del escenario de 500 metros de largo. El carnaval ya no es solo un espectáculo, sino una experiencia compartida, donde las diferencias se disuelven en la alegría de un instante común.
Los colores, las luces, el sonido y las sonrisas crean un tejido invisible que une a todos los presentes. En las tribunas, cada rostro refleja no solo el gozo del espectáculo, sino el sentido de pertenencia, la certeza de que, en ese momento, todos son parte de algo más grande. Los niños, con los ojos sorprendidos, las familias abrazadas saltando juntas, los amigos compartiendo sentimientos, todos participan en una danza invisible que va más allá de lo físico. El Corsódromo, repleto de vida, es un campo fértil donde brotan la alegría y la unión, y en cada aplauso, en cada grito, resuena la verdad del carnaval: no es solo un espectáculo, sino una celebración que implica el reconocerse juntos, esa posibilidad infinita de la alegría compartida.

Ará Yeví: el pacto de Momo y el legado de la Pachamama
Minutos antes de las 22, Ará Yeví emergió en la pasarela del Corsódromo, y el aire pareció electrizarse con una fuerza mística. En esta edición, la comparsa del Club Tiro Federal se adentra en las profundidades de la mitología andina con “Endiablada”, un relato que encarna la fusión entre lo terrenal y lo divino, lo festivo y lo ancestral.
Guiados por la dirección de Guillermo Carabajal, los artistas dan vida a una travesía cargada de simbolismos: el Rey Momo, espíritu burlón del carnaval, sella un pacto con Supay, el dios del inframundo, en una búsqueda que lo lleva a la cueva de la Salamanca y a enfrentarse con la diablada, esa danza frenética que brota del alma de los Andes y llega hasta este Litoral. Allí, bajo el hechizo de la música y el vértigo de los colores, Momo descubre una verdad más profunda: el carnaval no pertenece a ningún trono humano, sino a la Pachamama, la Madre Tierra.
Lo que realmente cautiva en esta puesta en escena es la escenografía lumínica que acompaña cada paso de la comparsa. A medida que Ará Yeví avanza, la pasarela se ilumina con los tonos rojizos y dorados del fuego, simbolizando el inframundo y los pactos secretos. El juego de luces tiene la fuerza de un personaje más. La escenografía lumínica se convierte en un lenguaje, un idioma secreto que habla sin palabras. Cada paso de la comparsa es acompañado por un resplandor que parece emerger de las mismas entrañas de la tierra, como si las luces rojas y doradas del fuego hablaran de secretos ancestrales.
Las transiciones cromáticas, sincronizadas con la música de Alma Carnavalera, no es solo una herramienta decorativa, sino el hilo que une el mito con la realidad. Es un espejo, un reflejo del alma humana en lucha por la redención. Por eso transforma al Corsódromo en un universo paralelo donde cada detalle -desde las carrozas diseñadas por Adrián Ghiglia y Emanuel Pérez hasta la coreografía de Fernanda Marchesini- cobra vida propia. La iluminación juega un papel crucial al crear atmósferas que trasladan al público a los escenarios de la historia: la celebración y la reverencia a la Pachamama.
Dalila Cepeda, la reina de esta comparsa, camina como si portara el espíritu mismo de los Andes y del Litoral, mientras Camila Carro, la pasista, deslumbra con movimientos que parecen invocar al viento que recorre los cerros y los ríos serpenteantes. La banda “Alma Carnavalera”, bajo la batuta de “Titi” Pauletti y Belén Greco, se transforma en un torrente sonoro que guía al espectador desde el éxtasis de la diablada hasta la revelación final: un llamado a celebrar y proteger el legado de la Pachamama.
Las carrozas, obra de Adrián Ghiglia y Emanuel Pérez, se alzan como portales entre mundos, mientras los ritmos de la batucada de Leo Stefani y las coreografías de Fernanda Marchesini sumergen al público en un hechizo colectivo. En cada detalle de la puesta en escena, concebida por Lino López y sostenida por la impecable coordinación de Fabián Dumucet, Ará Yeví logra trascender la fiesta y ofrecer una reflexión poética: el carnaval no es solo un espectáculo, sino un ritual eterno que recuerda la conexión con la tierra y sus misterios.
La batucada “Sonido de Parche”, liderada por Leo Stefani, cerró la presentación con un espectáculo tan rítmico como apropiado. La magia de la pasista Camila Carro aporta una gran cuota para una estética exquisita. Ella se desplaza con gracia a lo ancho de la pasarela y casi al final de su actuación, al culminar la presentación de la batucada aparecen los sonidos de los “Bombos Legüeros”: entonces ella se suma con un zapateo que hace temblar el concreto de la pista y se eleva hacia la carroza de cierre que personifica a la Pachamama.
Así, “Endiablada” no solo ilumina la pasarela con sus destellos, sino que siembra en cada espectador una semilla de conciencia y gratitud hacia el espíritu de la Madre Tierra, llevándolo a repensar -como el propio Momo- su lugar en el mundo.
Papelitos: un llamado a la igualdad desde el corazón del Carnaval
Bajo la dirección de Juane Villagra, “Papelitos” -la comparsa del Club Juventud Unida-, se presenta con una propuesta que trasciende lo festivo para convertirse en un manifiesto de igualdad. Con el tema “Iguales”, la pasarela del Corsódromo se convierte en un teatro donde se escenifica la lucha por un mundo más justo, donde humanos y seres fantásticos -Los Puros y Los Olvidados- puedan convivir en armonía.
En este universo dual, Candella, una joven de espíritu indomable, sueña con bailar en el gran teatro, un privilegio reservado a Los Puros. Pero, la noche del Corso de la Alegría (esa tregua efímera en un mundo de desigualdad), se transforma en el escenario donde se desdibujan las fronteras y surge la esperanza. En cada paso de la pasista Candela Gómez, resuena un llamado a la inclusión, mientras la reina Sofía Funes encarna la fuerza y la dignidad de los marginados.
Con el avance de “Papelitos”, la pasarela cobra vida propia. La comparsa despliega una poderosa narrativa visual que no solo invita a la reflexión sobre la lucha por la igualdad, sino que también transforma el Corsódromo en un espacio de contrastes a pesar de las acentuadas luces “blancas” de la pista.
Las luces frías y blancas del lado de Los Puros se enfrentan con los cálidos y difusos resplandores de Los Olvidados. Esta tensión entre los colores no solo es un reflejo de la temática, sino un acto simbólico: la lucha por un mundo más justo, sin barreras, donde cada ser pueda brillar en su propia luz.
Los matices de las luces no son meramente decorativos, sino que cuentan la historia de la joven Candella, quien sueña con ser parte de un mundo que la discrimina. Las luces cálidas la envuelven mientras la comparsa avanza, simbolizando la esperanza de un futuro sin barreras, sin prejuicios. Esta sinfonía visual permite a los espectadores no solo admirar la coreografía, sino sentir la vibración emocional de la lucha por la igualdad.
El vestuario diseñado por Raulo Galarraga es un despliegue de fantasía y simbolismo, con trajes que reflejan tanto la opulencia de Los Puros como la resiliencia de Los Olvidados. Las texturas brillantes de las alas de los elfos y los detalles rústicos de los faunos se mezclan con un maquillaje espectacular, obra de Florencia Leuze, que da vida a un mundo donde cada personaje cuenta una historia de resistencia y esperanza.
La banda “Furia del Oeste” acompaña este relato con un repertorio vibrante que alterna entre ritmos solemnes y explosiones de alegría, capturando la esencia del Corso de la Alegría: una noche en que todas las voces se alzan al unísono.
“Iguales” es más que un espectáculo visual; es un llamado urgente y poético que interpela al espectador.
Hacia el final, se destaca una carroza que refleja la presencia del progreso y el orden, pero en rigor es un camión hidrante muy bien logrado que ejecuta la represión. E incluso los bailarines, con vestuarios de policías casi prusianos también “reprimen” para sostener ese supuesto progreso y orden y lo hacen recordando los antiguos carnavales de la infancia con agua y burbujas.
La batucada dirigida por el ex intendente Esteban Martín Piaggio anoche tuvo su mejor actuación comparada con las tres noches anteriores. Y la pasista Candela Gómez realiza un gran despliegue para consumar su actuación cuando “escala” los tres tambores y así completa una propuesta de batucada que se lleva una cerrada ovación.
A través de la magia del carnaval, “Papelitos” recuerda que, más allá de las divisiones, la esencia de la celebración está en la unión, el respeto y la posibilidad de soñar juntos un mundo sin barreras. En el brillo de las lentejuelas y en el eco de los tambores late un mensaje poderoso: bajo la magia del carnaval, todas las personas son “Iguales”.
Marí Marí: la travesía hacia Ítaca y el viaje del alma
Con “Ítaca”, Marí Marí -la emblemática comparsa del Club Central Entrerriano-, invita al público a embarcarse en una travesía épica que trasciende el tiempo y el espacio. Bajo la dirección de Facundo Lucardi, el Corsódromo se convierte en un océano vibrante de colores y emociones, donde la historia de Ulises -inspirada en la Ilíada de Homero-, cobra vida con una sensibilidad contemporánea.
Aquí no se ensalzan los laureles del héroe ni las victorias en la guerra. En cambio, el foco se sitúa en las tribulaciones que forjan el espíritu humano. Dionisio, dios del vino y del éxtasis, aparece como guía espiritual, mostrando a Ulises que no hay destino sin aprendizaje ni amor que no transforme.
Así, “Ítaca” deja de ser un lugar físico para convertirse en un símbolo: el de los anhelos, los desafíos y la esperanza que impulsan el viaje, “siempre de regreso a casa”.
Lo otro que cautiva en esta puesta en escena es la escenografía lumínica que acompaña cada paso de la comparsa. A medida que Marí Marí avanza, la pasarela se ilumina con tonos azules y verdes que evocan los mares y paisajes de la odisea, mientras estallidos dorados simbolizan las enseñanzas y revelaciones divinas. Estas transiciones cromáticas, acompañadas por un vestuario impresionante creado por Nicolás Collazo, transforman el Corsódromo en una verdadera travesía onírica.
Cada destello de luz, cada tono azul y verde en la pasarela no es solo un símbolo de los mares y paisajes míticos, sino una representación de las emociones humanas: el temor, el deseo, la esperanza.
Felicitas Fouce, reina de esta odisea carnavalesca, deslumbra con una gracia que parece evocar las mareas; mientras la batucada “Batería Aplanadora” dirigida por Mauro “Rana” Andrada y la pasista Rosario Sánchez, encarnan el ímpetu y la determinación de aquellas personas heroicas que buscan su esencia con el arte. Anoche tuvo una actuación memorable, sincronizada, rítmica y está llamada a hacer escuela, a hacer historia. Si esta batucada sorprende porque está al inicio del desfile, más sorprende por su búsqueda de originalidad. Y ya se sabe, en materia de Carnaval, ser original no es una rareza, una extravagancia, sino un volver a los orígenes, a las fuentes. Y en eso, el “Rana” Andrada también revive su “Ítaca”.
El vestuario, diseñado por Nicolás Collazo, mezcla la mitología clásica con la exuberancia del carnaval, vistiendo a los artistas como dioses y criaturas salidas de los sueños de Homero. En este marco, se destacan los cíclopes, esos gigantes con un solo ojo en mitad de la frente.
Las carrozas, obra de Meke Arakaki, son verdaderas embarcaciones oníricas, que navegan entre sirenas y tempestades; mientras el maquillaje de Leticia Nazzar transforma los rostros en mapas de aventuras y emociones. Cada movimiento está calculado al detalle bajo la coordinación de Natalia Miño, y Gregorio Fariña asegura la fidelidad a esta visión poética que resignifica la odisea.
En el corazón de “Ítaca” late un mensaje universal: lo importante no es solo el destino, sino el viaje, las experiencias vividas y las lecciones aprendidas. Marí Marí recuerda que el carnaval es, en sí mismo, una odisea compartida, una celebración de lo humano y lo divino, donde cada paso, cada nota y cada mirada acercan a cada uno a su propia Ítaca.
Kamarr: “Eclipsia” y la batalla entre la luz y la oscuridad
En la penumbra del Corsódromo, Kamarr, la comparsa del Club Sirio Libanés, desciende con la intensidad de un eclipse, iluminando la pasarela con su relato profundo y simbólico: “Eclipsia”. Dirigida por Leandro Rosviar, esta puesta en escena explora la eterna lucha interna de los seres humanos, encarnada por dos manadas de lobos que simbolizan las pasiones más oscuras y las virtudes más luminosas.
Los Lobos Negros, sombras de ambición, codicia y envidia, rugen con fuerza; mientras los Lobos Blancos, portadores de bondad, amor y paz, resisten con una serenidad indomable. En el centro de este conflicto emerge “Eclipsia”, una sombra densa creada por la avaricia humana, que amenaza con devorar la luz. Pero, el mensaje es claro: solo el amor y la bondad pueden restaurar el equilibrio perdido.
La escenografía lumínica, que oscila entre la penumbra y la luz intensa, no es solo un efecto visual, sino una narración en sí misma. A medida que los personajes avanzan, la pasarela se convierte en un espejo donde las sombras y las luces se enfrentan, reflejando la eterna batalla del alma humana: la lucha por la bondad, por la verdad, por la luz. La explosión final de luces no es solo un clímax visual, sino un acto de resistencia contra la oscuridad.
Kamarr recuerda que la verdadera victoria no está en la supremacía de uno sobre el otro, sino en el equilibrio, en la luz que siempre regresa tras la sombra. Así, el carnaval se convierte en un rito profundo, un momento para reflexionar sobre el ser y el mundo.
Por eso, hay que prestar atención a la escenografía lumínica que juega un papel fundamental para transmitir el drama interno de la lucha humana. A medida que los personajes de “Kamarr” desfilan, la pasarela se transforma en un paisaje de contrastes dramáticos. Las luces frías y tenebrosas se entrelazan con destellos de luz cálida, reflejando la batalla entre la oscuridad que representa “Eclipsia” y la lucha por la restauración del equilibrio, simbolizado por los Lobos Blancos. Las sombras que emergen del paso de los Lobos Negros se disipan momentáneamente, como la misma figura de “Eclipsia”, cada vez que la luz blanca se abre paso a través del oscuro velo de la avaricia.
La escena final de la comparsa, iluminada por una explosión de luces brillantes, marca el retorno de la luz sobre la sombra, simbolizando el triunfo del amor y la paz sobre la codicia y la oscuridad. La pasarela del Corsódromo se convierte en un lienzo de colores, donde la oscuridad es finalmente superada, y la luz se impone con fuerza renovada.
“Kamarr” no solo es una coreografía de danza, sino también una experiencia sensorial donde las luces, los colores y las sombras se combinan para contar una historia universal: la lucha interna por elegir el camino de la bondad y el amor. El Carnaval del País se ilumina con una fuerza vibrante, reflejando el espíritu de esperanza y redención que emana de esta comparsa.
La reina, Agustina García, parece una deidad que camina entre el caos señalando a la esperanza; mientras Daiana Delgui, la pasista, con cada movimiento, encarna la lucha interna que toda persona enfrenta. La banda “Caravana de Carnaval” transporta a los espectadores a un plano emocional, donde los ritmos oscilan entre la tensión de la oscuridad y el triunfo del renacimiento.
El vestuario, diseñado por Evaristo Ayala y Celeste Airala, convierte a cada integrante en un eco del universo dual: los tonos oscuros y texturas metálicas de los Lobos Negros contrastan con los colores puros y etéreos de los Lobos Blancos. Las banderas, llevadas con elegancia por Yamila Brusca y el “Colo” Lescano, se alzan como símbolos de resistencia y esperanza, mientras los tambores de la batucada de Fabián Iturburúa resuenan como un latido colectivo.
En “Eclipsia”, Kamarr invita a reflexionar sobre las elecciones cotidianas y sobre la esencia misma de la humanidad. A través de una narrativa que combina el espectáculo visual con una profundidad filosófica, la comparsa recuerda que la verdadera victoria no se encuentra en la supremacía de uno sobre el otro, sino en el equilibrio, en la luz que siempre retorna tras la sombra.
Hay que regresar al espectáculo de su batucada cuando estaba finalizando la noche. Una despedida tan entusiasta como apasionada y que sobresalió con una propuesta jubilosa que el público devolvió con el lenguaje de la ovación.
Bajo las estrellas de Gualeguaychú, Kamarr mostró que el carnaval no solo celebra la vida, sino que también ilumina las batallas del alma.
El alma del Carnaval: la vida puertas adentro de las comparsas
Detrás del esplendor y la magia que se despliega en la pasarela, hay un trabajo de las comparsas que es tan arduo como creativo, requiere tanto esfuerzo como pasión y una disciplina que implica método, procedimiento y un saber hacer estético.
En los talleres donde cobran vida los vestuarios, no se requieren meros operadores técnicos, sino manos sensibles para el bordado y los diseños; un saber transformar las lentejuelas, las plumas y los cristales en un traje que es todo un lienzo humano: como una segunda piel del artista.
Así, cada traje es una obra de arte. Nacida del fruto de cientos de horas de trabajo minucioso, pero también de incontables horas de estudio y aprendizaje; donde cada detalle cuenta para narrar las historias que deslumbrarán luego al público.
El ambiente en estos espacios es una combinación de concentración y entusiasmo, con equipos que comparten no solo tareas, sino también la alegría de ser parte de un legado cultural y nutrirse de una identidad que es parte de la mística e historia de cada club.
Por otro lado, en los espacios de ensayos, los bailarines perfeccionan sus coreografías al ritmo de sus bandas musicales; siempre bajo la mirada atenta de coreógrafos que buscan la sincronización como un elemento que es base y horizonte al mismo tiempo. Los movimientos, ensayados hasta el agotamiento, se transforman en un lenguaje visual que permite contar la historia de cada temática.
La energía es palpable: risas, consejos y ánimos cruzan el aire mientras se afina cada paso para que la magia cobre vida en esa pasarela que es un escenario de 500 metros de largo por 10 de ancho.
En los talleres de carrozas, el arte cobra dimensiones monumentales. Soldadores, pintores y escultores trabajan con precisión casi quirúrgica para acondicionar las estructuras móviles que desafían la imaginación. Cada carroza es un universo propio que complementa las temáticas de las comparsas, con detalles que brillan tanto en la distancia como en la cercanía.
Paralelamente, el equipo organizador ajusta los últimos detalles logísticos: tiempos de desfile, iluminación y sonido, asegurando que cada engranaje funcione de manera equilibrada y nada quede librado al azar. Lo que sucede puertas adentro es el corazón del Carnaval del País, un esfuerzo colectivo que -con trabajo y pasión- transforma ideas en una puesta en escena que maravilla al mundo.
El Corsódromo: templo del arte y la identidad
Con sus 500 metros de pasarela, el Corsódromo se convierte en un escenario sagrado donde tradición y modernidad dialogan. Cada compás de los tambores, cada destello de plumas y lentejuelas, es un testimonio del orgullo de un pueblo que respira arte.
La invitación está hecha. Gualeguaychú volverá el sábado 1º de febrero a las 21:30 a escribir su historia cultural en cada paso de las comparsas, recordando que el Carnaval del País no es solo un espectáculo: es una vivencia que une corazones, enciende almas y muestra al mundo el poder transformador del arte y la cultura.
Una fiesta de arte, reflexión y celebración
El Carnaval del País -hay que escribirlo hasta el cansancio- no es solo un espectáculo, sino un mosaico de historias y emociones que reflejan la diversidad del alma humana. En esta edición, las cuatro comparsas han logrado tejer propuestas únicas, donde la creatividad y la profundidad narrativa se unen para ofrecer un viaje inolvidable.
* Ará Yeví, con “Endiablada”, transforma la mitología andina en una celebración de la Pachamama, destacando la conexión entre lo sagrado y la fiesta. Su relato, dirigido por Guillermo Carabajal, combina la fuerza ancestral con una estética vibrante, transmitiendo un mensaje universal sobre la importancia de cuidar a la Madre Tierra.
* Papelitos, con “Iguales”, sitúa al público en un mundo de fantasía y lucha por la inclusión. Bajo la dirección de Juane Villagra, esta propuesta brilla por su sensibilidad y su capacidad de entrelazar entretenimiento y conciencia social. Es un canto a la igualdad y a la unión, que resuena con una fuerza contemporánea.
* Marí Marí, con “Ítaca”, lleva a los espectadores a una odisea introspectiva donde lo importante no es el destino, sino el aprendizaje que se logra en el camino. Facundo Lucardi y su equipo logran resignificar un clásico de la literatura universal, llenando la pasarela de poesía visual y emocional que invita al espectador a reflexionar sobre su propio viaje.
* Kamarr, con “Eclipsia”, explora las tensiones internas de la humanidad, encarnadas en una batalla entre luz y oscuridad. Dirigida por Leandro Rosviar, esta propuesta destaca por su simbolismo y su profundidad, recordándonos que cada elección define la esencia y que siempre hay un camino de regreso hacia la luz.
Cada comparsa, con su visión única, enriquece el carnaval con un mensaje profundo y una puesta en escena extraordinaria.
Ará Yeví conecta con lo ancestral y convoca al diálogo para vivir la cultura del encuentro; Papelitos es un tributo a la conciencia social que enseña que todos dependen de todos y que nadie es más que otro; Marí Marí invita a explorar el alma; y Kamarr enfrenta a las sombras. Juntas, estas cuatro propuestas recuerdan que el carnaval es mucho más que música y danza: es una celebración de la humanidad en toda su complejidad, donde el arte se convierte en un espejo y una brújula para la vida.