Las cartas ocultas

D. E.
La extensa charla fue en una cena en el restaurante del Gran Hotel Paraná, en los primeros años del 2000. El padre Julio Puga había llegado a la capital entrerriana después de permanecer por varios años en Mercedes y tenía intenciones de quedarse un tiempo en la diócesis local. No conversábamos desde abril del 86, a escasos días del fallecimiento del entonces arzobispo de Paraná, monseñor Adolfo Servando Tortolo. Le hice un extenso reportaje, de dos o tres páginas, para la revista Ciudad, que hacíamos junto a conocidos periodistas locales, sobre los días previos a la muerte del ex vicario castrense, porque Puga había sido su más fiel secretario. Y el artículo se transformó en nota de tapa.
Me llamó a través de un conocido, al enterarse de que hacía tiempo lo andaba buscando, y acordamos el encuentro. En esa charla no se pudo evitar el tema de Tortolo, los desaparecidos, los reclamos de familiares de detenidos y asesinados.
Obviamente, no nos pusimos de acuerdo por el penoso rol de la cúpula de la Iglesia en plena dictadura y menos aún por los manejos del vicario castrense. Puga proviene de una familia estrechamente ligada a historias militares (su hermano llegó a ser brigadier de la Fuerza Aérea Argentina) y su pensamiento siempre fue muy estricto. Pero algunas cosas me sorprendieron.
(Más información en la edición 970 de la revista ANALISIS)